

Aronofsky firma esta segunda parte del díptico cárnico -que inaugurara con El Luchador- utilizando sangre y psicoanálisis. Duele y, a la vez, fascina. Se nos narra que la perfección pasa por el sacrificio de la carne; el escenario es el altar donde ofrecer esa comprensión última y extrema entre las dos partes de una mujer sometida por una figura maternal distorsionada que despierta al enfrentarse -y sucumbir- a su oscuro doppelganger. Eros y Tánatos. Pulsión de muerte y narcisismo extremo. Una fábula freudiana puesta al servicio de la mutación de Nina/ Natalie Portman, detonada ésta por la imperfecta Lily/Mila Kunis, la criatura más magnética y coherente de la película.

Un año más, Jotacé invita a la chavalada a su Big Culo Day. He elegido para la ocasión una disputa conyugal entre Kate Kane y Renee Montoya. No me digan que no les encanta la combinación de corpiño y planetas escogida por la pelirroja, por no hablar del top deportivo y los vaqueros de la agente del orden. Difundan la palabra!
Una fábula corporativa teñida de historia de amor. Como ¿En qué piensan las mujeres?, pero con peor final -aunque menos conservadora en la representación conyugal-. Cuánto ha pagado la farmacéutica Pfizer por este publirreportaje es lo de menos; lo interesante de Amor y otras drogas está en las orgías entre médicos y visitadores farmacéuticos como metáfora. O en cómo dar con la dosis exacta de humor políticamente incorrecto en la que diluir la responsabilidad de un sistema sanitario corrupto y disfuncional.
