La imposibilidad de escapar de Tomorrowland
reside en el recuerdo: la nostalgia de un futuro que nunca llegó a ser
abriéndose paso hasta la lágrima. Inevitable. Un año, 1993, y un
aniversario, el de la película de Steven Spielberg, Parque Jurásico.
El principio del fin. Los supuestos fabricantes de sueños desvelándose
vendedores de pesadillas. Michael Crichton, en la novela, señalaba al culpable,
abandonando su corrupta carne de millonario a los afilados dientes de
pequeños carroñeros. Spielberg prefirió darle una segunda vida al Rey
Midas Hammond para que nos contara que Isla Nublar era un escenario, una
pantomima; la verdad del "parque" residía en otra isla, llamada Sorna,
donde los animales prehistóricos vivían sin vallas electrificadas, con
el mar como última frontera con la realidad "civilizada".
Toda
una generación que ahora ronda la treintena se ha criado con simulacros
de utopías tan normalizados como el que proponía John Hammond a sus
nietos; propuestas de sustrato criminal para una generación de
nostálgicos que consume, sin freno, cualquier promesa de huida del más decepcionante de los presentes. Así que, ya sabes, consume tu propia pesadilla.
Boceto de Tomorrowland (1958) |
7 comentarios:
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