Una de las cosas que más me ha llamado la atención de las entrevistas que he leído, a propósito de la nueva película de Expediente X, ha sido el comentario repetido de la actriz Gillian Anderson, alias Dana Scully, aludiendo al halo mítico de la serie de televisión que marcó su vida y la de otros muchos al otro lado del televisor ¿Acaso lo dudaba?
Llamémosle producto, vale, pero también documento de una época y, sí, constructora de contexto existencial. Porque Expediente X marcó un antes y un después en esto de la mitología televisiva, no solo por la química de sus dos personajes protagonistas, sino por el tratamiento innovador de una temática, lo paranormal, que bajaba de los cielos de alguna que otra minoría elitista para llevar los ovnis y las conspiraciones gubernamentales a la construcción cultural del común de los mortales.
Querría haber titulado este sofrito mental “En defensa de Expediente X”. Y ustedes dirán ¿hay algo que defender? Bueno, después de haber revisado la novena temporada y haber visto dos veces la última película (que, por cierto, ha recibido alguna que otra bofetada de la crítica que, desde mi humilde punto de vista, merece pero tampoco tan bestia) creo que tengo algún que otro argumento, sentimentaloide y apasionado, que sostiene que esta fue una gran serie hasta el final, ya que no solo supo capear la huida de David Duchovny en la octava temporada mucho mejor que Doctor en Alaska la de Rob Morrow, sino que logró crear en tiempo record otra pareja con química, el binomio laboral compuesto por el Agente Doggett (Robert Patrick) y la Agente Mónica Reyes (Annabeth Gish).
Hacer una sinopsis hilarante de la última película, dirigida por el creador de la criatura, Chris Carter, sería demasiado fácil, por no decir cruel. Prefiero destacarles los momentazos de este episodio largo de la serie donde lo interesante sigue estando en la relación entre Dana y Fox (que, a pesar de ser pareja de hecho y concupiscente, se siguen llamando por el apellido. Secuelas de nueve años compartiendo despacho).
Sin fe no hay esperanza. Mulder lo ha sabido siempre. Chris Carter también. A la devota Scully le ha tocado representar el papel duro, ¿qué tipo de fe? Y es que, no nos engañemos, esta serie, además de subrayar la lucidez de El Fumador, iba de la transformación de una científica escéptica en una creyente, pero con condiciones. Abducción mediante, además de nosecuantasmil perrerías, embarazo divino incluido, la buena de Scully tarda siete temporadas en creer en algo que no sea en la Ciencia y en el Señor de allá arriba. Pero, y he aquí que yo me relamo, ¿qué ocurriría si ese Señor, el de las Alturas, resultase ser un excéntrico alienígena juguetón? Ais, bendito Zecharia Sitchin que amenizas mis paranoias…
Este es el escenario en el que se han movido los dos protagonistas (y el elenco de secundarios carismáticos), pero el meollo nunca estuvo en la Conspiración. La Verdad no estaba ahí fuera, tal y como rezaba el mí(s)tico mensaje de la cabecera, sino dentro, muy dentro. Y delante de nuestras narices.
La segunda película de Expediente X, I want to believe, nos cuenta que Mulder sigue siendo un niño. También nos presentan a una Scully, de nuevo, dubitativa, pero madura, severa, con poder sobre su pareja. Hasta que a Mulder lo cambian de ecosistema y vuelve a ser ese impetuoso e inconsciente investigador del que se quedó prendada la buena científica. Pero las tornas han cambiado y, después de seis años de convivencia conyugal, el creador de esta saga nos regala una escena de cotidianeidad marital que sustituye a cualquier secuencia de sexo que el buen fan lleva soñando desde el piloto de la serie. Ella luce larga melena. Él se corta, simbólicamente, la barba de ermitaño con la que inaugura la pantalla. Estos dos detalles resumen perfectamente a los personajes y sus motivaciones. Y en lo que se han convertido. Un Mulder castrado que se corta la coleta y sale de nuevo a la aventura. Y una Scully, doctora y creyente, en ese orden, que vuelve a girar sobre sí misma para cuestionar sus cimientos morales, por enésima vez.
No obstante, la película tiene su punto mórbido/morboso en los reencuentros, la casquería y en la joven agente de ojos azules que le pone morritos a Mulder. Personalmente este episodio largo se salva gracias a la nostalgia y esas escenas entre ambos que hacen recordar episodios antológicos como “Triangle” o “How de Ghosts stole X-mas” (ambos de la sexta temporada, la más arriesgada y refrescante de todas). La trama detectivesca es la de siempre, el típico puzzle con huecos por allí y por allá. Un mcguffin no muy elaborado el de esta vez.
Chris Carter parece haber puesto en marcha un amago de franquicia que puede se consolide en el tiempo. Verles crecer, reproducirse y envejecer estará bien. Bajaremos el listón, todo sea por la nostalgia generacional.
sábado, 2 de agosto de 2008
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3 comentarios:
Tengo que verla, es un must de este verano...
Y todo por la nostalgia, tú lo has dicho...
Tú lo has dicho, somos una generación muuuuuuuuy desgraciada, jeje
Actualización: la vi ayer, y aunque parece un capítulo largo, y el argumento no da para 2 horas, sí que hubo cosas que me gustaron. Scully está muy guapa y delgada, y como tú dices, más madura. Mulder sigue igual, y como yo no conocía las dos últimas temporadas, la intimidad entre ellos me sorprendió pero muy gratamente (adios morbo).
Se echa de menos la trama conspiranoica, el fumador, Krychek, los pistoleros solitarios, garganta profunda y todos los pobladores de las primeras temporadas (ay, Marita Covarrubias..) pero era una evolución necesaria y sale SKINNER!!!
No me importa que sean flojas, quiero más!!!
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