jueves, 23 de septiembre de 2010

Equinoccio

Como dos emperatrices de un tarot gemelo, Batgirl y Wonder Woman se preparan para una noche de fiesta. A ambas las he encontrado en Entrecomics. El responsable de estos retratos se llama Alex Gross.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Cameron ¿postfeminista?

Blancanieves y la Bella Durmiente despertaban tras un casto beso para, después, pasar por el altar. Las heroínas de James Cameron, tras el único coito del metraje, se transforman. Abren los ojos a un nuevo mundo. Pero dejar atrás un pasado de sumisión tiene un precio. Que se lo digan a Michael Biehn y Di Caprio, catalizadores del cambio además de bellos cadáveres.

Hera, Afrodita y Atenea


"Figura maternal universal". La madre del mundo proviene de una maravillosa isla plagada de mujeres. Irónico. Alan Moore prefirió que Promethea fuera el reset de la existencia. A Wonder Woman le pesa la mitología y creo que el principal culpable de ello es George Perez. Morston, su creador, la quería para otra cosa: el futuro como matriarcado. Pero el cuerpo se quedó huérfano. Diana necesita algo más que un uniforme nuevo.

martes, 14 de septiembre de 2010

Explicar lo que siento


"Creo que las canciones son una especie de bombas que explotan ordenadamente. Bombas a pequeña escala, como romper cosas pero no por frustración; no romper cualquier cosa y de cualquier manera, sino romper puertas cerradas que deberían estar abiertas, recuerdos que no merecen existir, días sin actitud"

Deseo de ser punk - Belén Gopegui


Puede que The Runaways sea un biopic descafeinado, un simulacro de rebelión. No voy a discutirlo. ¿Se podría haber hecho mejor? Seguramente, pero en esta película hay rastros esenciales, historia resucitada de un grupo que removió la escena rockera de los setenta para que otras pudieran cantar letras sucias y peleonas. La cosa va de permisos, como siempre. Qué importa que todas confesemos estar más rotas que la Mariquita Pérez de nuestras abuelas si nos sigue dando miedo abrir las piernas para hacerle sitio a la guitarra. Esta dicotomía fatal, la de la puta y la tierna, la encarnan en la película Dakota Fanning y Kristen Stewart en las pieles de Cherrie Currie y Joan Jett. ¿Mascarada o transustantación? Qué más da!

Currie es maravillosa superficie y delirio desbordado; ladra canciones de chicos, pero preferiría quitarse el maquillaje para darle un beso a Don McLean. Joan Jett es otra cosa. Sus letras hablan de amar y odiar. Sin condiciones. Su música no pide permiso. Ella no parece, sino que es una ejecutora. Los chicos no le importan, solo quiere sus juguetes. Es una diosa en el escenario. Altiva. Perfecta. Y logra explicar lo que siente. Como Amanda Palmer cuando golpea su órgano con las pinturas de guerra recién estrenadas. O como cuando Angélica Liddell bebe cerveza en escena mientras escupe rancheras. Extremas y entregadas. Así me gustan ellas. Borrachas de Verdad. Repletas de sentido. Purple Rhinestone Eagle. CocoRosie. Delirio y Delicia como una sola. Reconciliadas. Eternas. Sin domesticar.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Todo sigue igual

Madrugar. Ese dolor de espalda. Otra vez. Tengo que dormir más. Pero me ducho. Una zombi bajo agua. 30 grados. Ni más, ni menos. Toalla, polvos de talco y maquillaje antiojeras. Ya vestida, miro de reojo, cojo las llaves y cierro con cuidado. En el metro no hay sonrisas. Silencio. Sin ganas de juegos subterráneos. En el primer vagón alguien farfulla. La chica del maletín tararea. Alonso Martínez. El tren se llena. Mi parada. Salgo y huele a otoño. Pienso en comprar un periódico, pero el kiosko ha cerrado. Por vacaciones. El señor del perro que pide en la esquina sigue en su sitio. También el hombre que lee en el banco que hay junto al buzón. No encuentro las llaves. ¿Todo sigue igual? No todo. Una imagen vale más que mil palabras. Berlín me espera. Maybe someday.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Los pecados del padre

“Cuando ves algo que es técnicamente agradable, sigues adelante y lo completas, y solo discutes qué hacer con ello cuando ya has obtenido un triunfo técnico. Así sucedió con la bomba atómica”
J. Robert Oppenheimer


Imagínense a una niña de unos nueve o diez años con problemas para conciliar el sueño, una niña que acostumbraba a quedarse agazapada en las escaleras cuando sus padres la mandaban a dormir. Recuerdo que una de esas veces en las que apuraba el tiempo delante del televisor antes de irme a la cama, me dejaron trasnochar viendo una película de animación, Cuando el viento sopla. Esta inquietante obra jugaba con la hipótesis de una III Guerra Mundial y sus consecuencias, pero desde la ingenua perspectiva de un matrimonio que vive en el campo. Ocurren cosas curiosas con los recuerdos de cuando eras niña. En mi caso este relato -delicado, lento, terrible- ayudó a aflorar un visceral escepticismo hacia todo lo que sonara “atómico” o “nuclear”.
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Una de las lecturas de estas vacaciones ha sido el primer volumen de la nueva serie de Terry Moore, Echo. La cita de Oppenheimer la he extraído del capítulo primero del segundo libro, entre otras cosas, porque me recuerda a aquello que decía Ian Malcom en Parque Jurásico de que “estaban tan preocupados en saber si podían que no se pararon a pensar en si debían” hacerlo. Moore recupera la paranoia científica y le da una vuelta de tuerca un poco a lo Terminator, pero sin ciborgs ni viajes en el tiempo; eso sí, preserva la crítica a la soberbia científica y su coartada amoral, las mismas cuyas consecuencias pusieron en guardia a muchos escritores de ciencia ficción de mediados del siglo XX.
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Y, aunque el dilema ético me sigue pareciendo capital, es el relato de los supervivientes lo que me (re)mueve. La ficción teñida de dolorosa realidad. El fantasma de los 'hibakusha' sobrevolando las conciencias de los legítimos herederos del planeta. Fumiyo Kouno lo cuenta con crudeza y respeto en La ciudad al atardecer y El país de los cerezos, dos historias de dibujo amable, limpio, tierno -como también ocurre en la película Cuando el viento sopla- y, precisamente por ello, desgarradoras, tristes, necesarias. Lo blando hiere más porque no tiene aristas a las que agarrarse. Esto también se debe a su maravilloso poder de convocatoria. Al contar el cuento o leer el cómic, la niña se manifiesta, pero no llora. Está enfadada. Si le hubieran preguntado por el futuro en los noventa, tras Chernóbil, hubiera apostado por otro presente, uno más brillante y responsable. En su lugar nos queda el relato de los que sobrevivieron, como recuerdo y como advertencia.