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El viejo Eguchi se deslizó junto a ella. Tuvo buen cuidado de no tocarla. Ella no se movió. Pero su calor, diferente al calor de la manta eléctrica, le envolvió. Era un calor salvaje y primitvo. Tal vez le hizo pensar esto el olor de su piel y sus cabellos, pero había algo más.
"Dieciséis años, más o menos", pensó.
Era una casa frecuentada por ancianos que ya no podían utilizar a las mujeres como mujeres; pero Eguchi, en su tercera visita, sabía que dormir con una muchacha semejante era un consuelo efímero, la búsqueda de la desaparecida felicidad de estar vivo ¿Había entre los ancianos algunos que pidieran secretamente dormir para siempre junto a una muchacha narcotizada? Parecía haber una tristeza en el cuerpo de una muchacha que inspiraba a un anciano la nostalgia de la muerte. Pero entre los ancianos que visitaban la casa, Eguchi era tal vez el que más fácilmente se emocionaba; y quizá la mayoría de ellos solo querían beber la juventud de las muchachas dormidas, disfrutar de ellas sin que se despertaran.
La casa de las bellas durmientes - Yasunari Kawabata
4 comentarios:
me gusta todo...
el premio que no merezco, y el kawabata, que tampoco merezco..
cuál es mi regalo?
Estoy igual que usted... derramado, :)
Querida U, mire en su buzón ;)
Alejandro, ;)
uff, Kawabata, qué cabrón
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