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Escoger las palabras adecuadas no es una frivolidad. Algo parecido pasa con los gestos, con las llamadas "pruebas de amor". Se puede querer a una persona hasta el mismísimo tuétano, pero de nada importa si no se aprende a generar ficciones, mitologías cotidianas que den forma a la memoria y que eviten que la magia se diluya en el tedio, en la peligrosa rutina.
Lars y una chica de verdad funciona como espejo de bolsillo, como bote de especias, como agridulce recordatorio de lo frágil que es esto de relacionarse con los demás. Y la psicóloga, secundaria carismática, no solo me fascina sino que, muy probablemente, se termine convirtiendo en una hermosa fémina por la que realizar más de un viaje.
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