jueves, 19 de junio de 2008

¿Matriarcado fascista?

Cuando el gobierno reclama la presencia de la policía en el colegio o pide la presencia del ejército en los barrios periféricos, no introducen una figura viril de la ley en el dominio de la infancia, se trata más bien de la prolongación del poder absoluto de la madre. Solo ella sabe castigar, encuadrar y mantener a los niños en estado de crianza prolongada. Un Estado que se proyecta como madre todopoderosa es un Estado fascista. El ciudadano de la dictadura vuelve a la condición de bebé: con los pañales bien limpios, bien alimentado y mantenido en su cuna por una fuerza omnipresente que todo lo sabe, que tiene todos los derechos sobre él, y todo ello por su propio bien.

Se libera al individuo de su autonomía, de su facultad de engañar, de ponerse en peligro. Nuestra sociedad tiende hacia ahí, posiblemente porque ya hemos dejado atrás nuestro tiempo de gloria, regresamos hacia estados de organización colectiva que infantilizan al individuo. Según la tradición, los valores viriles son los valores de la experimentación, del riesgo, de la ruptura con el hogar. Los hombres se equivocan si se sienten alegres o protegidos al ver que desde todos los ámbitos se menosprecia, se entorpece y se designa como funesta la virilidad de las mujeres. Lo que se cuestiona es tanto nuestra autonomía como la suya. En una sociedad de vigilancia liberal, el hombre es un simple consumidor como cualquier otro, y no es deseable que tenga más poder que una mujer.


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