Caminando por el lado amargo de la calle Goya. Me cruzo con la señora de las medias blancas y las horquillas en el pelo. Lleva una botella de Martini en una bolsa y la mirada ida. Ausente. Es Alicia, solo que crecidita, pienso. Sabe la dirección, sabe donde vive Wendy. Le abre la puerta de su casa en la calle Hermosilla. Ven la tele juntas. Alicia se quita los zapatos. El aliento en el cogote. Hueles a vermut de mediodía, dice Wendy antes de sorber un limón. Cierra los ojillos y pone esa cara de asco tan de madre. Alicia se ríe y vomita en el ascensor. Subimos a las nueve, nueve y cinco, nueve y veinte, por la madriguera del conejo. Sin solemnidades. Con un gato rayado en el regazo. Y no se nos ocurre otra cosa que escribir en la pared: Nunca se me dieron bien las matemáticas, pero hubiera querido que Lewis Carroll fuera mi profesor (particular). Y que oliera a Vetiver.
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4 comentarios:
me encanta el título .*
Salió ayer, él solito, en una conversación ;)
Sabes titular, si. Alicia y Wendy y yo dentro de unos años de no ser por mi gato rayado y no lo digas muy alto. Enamorar, si. Y doler, romper, desgarrar y lanzar a la cara la teoria de los huecos comunicantes. No es justo. No lo es. Porque yo ya ni siquiera tengo las palabras. Ni eso me queda ya.
Beso, reina.
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