lunes, 2 de noviembre de 2009

Relectura

La fuente de todos nuestros errores morales es la ridícula aceptación de ese vínculo de fraternidad que inventaron los cristianos en una época de infortunio y de indigencia. Obligados a mendigar la piedad de los otros, no carecían de habilidad al establecer que todos eran hermanos. Ante estos argumentos, ¿cómo negarse a socorrer? Pero es imposible aceptar esta doctrina. ¿Acaso no nacemos aislados los unos de los otros? Más aún, siendo enemigos los unos de los otros, ¿no vivimos acaso en un estado de guerra recíproca y permanente? Ahora bien, os pregunto si esto ocurriría en el supuesto de que las virtudes exigidas por este presunto vínculo de fraternidad estuviesen realmente en la naturaleza. Si su voz inclinase a los hombres hacia ella, estos las experimentarían desde el nacimiento. Entonces, la piedad, la caridad y la humanidad serían virtudes naturales a las que sería imposible escapar, y el estado primitivo del hombre salvaje sería totalmente distinto al que conocemos.

Dolmancé en Filosofía en el tocador
La ilustración es de Tomer Hanuka

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