miércoles, 22 de abril de 2009

El sabor de sus pinturas

Sabes que la profesión te agarra de las venas cuando disfrutas con una entrevista (1 y 2) tanto como con la obra del maldito artista. De alguna manera, oír a Bacon, verle gesticular, es como amarle en silencio. No ocurre lo mismo con su pintura. El color, los gritos, la carne te cala el alma. No es angustia, tampoco es repulsión. A Bacon hay que amarle porque supone aceptar que somos comestibles, que nos descomponemos, y gritamos, y nos retorcemos, odiamos, queremos, sudamos, tememos; pero nos negamos a admitir que lo que nos motiva, aquello que nos empuja, es instintivo y vulgar, porque, como decía Oscar Wilde, lo que buscamos desesperadamente es destruir a quienes más amamos. De ahí la contradicción. Y la inhibición...

Actualización 25/04/09: Después de una animada discusión sobre la carne de Bacon, Francis Bacon, os enlazo Sobre el alma y el cuerpo - Félix de Azúa desatado -, la petición de un lector y la explicación del chiste - Historia e impostura, una fraternidad -. Me apuntan en el mensaje de donde proceden estos enlaces que se han de leer los artículos en riguroso orden.
Mil gracias, Juan.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1118323

Mordisquitos dijo...

Bacon desde hace unos años me intriga. Me asalta esa tesis absurda sobre si en verdad el hombre es bueno por naturaleza o eso es lo que desesperadamente queremos creer.