"Tenía miedo de convertirme en mi madre pero me daba aún más miedo que una posible heredera mía se convirtiera en una hija como yo. Finalmente, lo que temía es la posibilidad de generar una mala copia residual de mí misma, capaz de odiarme aún más de lo que yo me odiaba." No queremos reflejos, eso habría que gritarle a Lem a la oreja. Eso le susurra Rinri a Amelie sobre las sábanas: "[las japonesas] no son ellas mismas (...) a mis amigos y a mi nos parece que para esas chicas solo somos espejos". No entiendo el reproche. El sujeto busca el sentido, su sentido, en la mirada del otro. Solo unos pocos se pierden en el desierto para encontrar su imagen (y semejanza).
En el epílogo, Gabriela confiesa: "Mirar a tu bebé recién nacido se parece a tomar éxtasis. Una mezcla de extrema suavidad, aprensión y ganas de bailar". La poeta triste sí es Beatrix Kiddo.
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