Meri Torras en El delito del cuerpo
No sé si actualizar con este recuerdo o con lo que me sorbe el sueño de madrugada -con pajita y dolor de muelas-. Compré compulsivamente fanzines en Madrid Cómics. En el cajero un chico con chándal y de ojos azules me cedió el paso. También me dijo "hasta luego", como si el lugar del reencuentro estuviera marcado con una equis en nuestros respectivos mapas. Y Laika no murió, vive en un cómic de portada aguamarina. Las vírgenes suicidas no me parecieron tan vírgenes al otro lado de la calle. Tampoco a Ponyo que, de tan pelirroja, sumió al mundo en lágrimas de Alicia. "Por qué habré llorado tanto" se pregunta la niña que, sin pudor, se mete en la boca hongos, orugas y pastas de té. Antes de que la hora cambie. Esta baraja no tiene suficientes corazones. Y mi reloj ha dejado de latir.
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