miércoles, 1 de septiembre de 2010

Los pecados del padre

“Cuando ves algo que es técnicamente agradable, sigues adelante y lo completas, y solo discutes qué hacer con ello cuando ya has obtenido un triunfo técnico. Así sucedió con la bomba atómica”
J. Robert Oppenheimer


Imagínense a una niña de unos nueve o diez años con problemas para conciliar el sueño, una niña que acostumbraba a quedarse agazapada en las escaleras cuando sus padres la mandaban a dormir. Recuerdo que una de esas veces en las que apuraba el tiempo delante del televisor antes de irme a la cama, me dejaron trasnochar viendo una película de animación, Cuando el viento sopla. Esta inquietante obra jugaba con la hipótesis de una III Guerra Mundial y sus consecuencias, pero desde la ingenua perspectiva de un matrimonio que vive en el campo. Ocurren cosas curiosas con los recuerdos de cuando eras niña. En mi caso este relato -delicado, lento, terrible- ayudó a aflorar un visceral escepticismo hacia todo lo que sonara “atómico” o “nuclear”.
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Una de las lecturas de estas vacaciones ha sido el primer volumen de la nueva serie de Terry Moore, Echo. La cita de Oppenheimer la he extraído del capítulo primero del segundo libro, entre otras cosas, porque me recuerda a aquello que decía Ian Malcom en Parque Jurásico de que “estaban tan preocupados en saber si podían que no se pararon a pensar en si debían” hacerlo. Moore recupera la paranoia científica y le da una vuelta de tuerca un poco a lo Terminator, pero sin ciborgs ni viajes en el tiempo; eso sí, preserva la crítica a la soberbia científica y su coartada amoral, las mismas cuyas consecuencias pusieron en guardia a muchos escritores de ciencia ficción de mediados del siglo XX.
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Y, aunque el dilema ético me sigue pareciendo capital, es el relato de los supervivientes lo que me (re)mueve. La ficción teñida de dolorosa realidad. El fantasma de los 'hibakusha' sobrevolando las conciencias de los legítimos herederos del planeta. Fumiyo Kouno lo cuenta con crudeza y respeto en La ciudad al atardecer y El país de los cerezos, dos historias de dibujo amable, limpio, tierno -como también ocurre en la película Cuando el viento sopla- y, precisamente por ello, desgarradoras, tristes, necesarias. Lo blando hiere más porque no tiene aristas a las que agarrarse. Esto también se debe a su maravilloso poder de convocatoria. Al contar el cuento o leer el cómic, la niña se manifiesta, pero no llora. Está enfadada. Si le hubieran preguntado por el futuro en los noventa, tras Chernóbil, hubiera apostado por otro presente, uno más brillante y responsable. En su lugar nos queda el relato de los que sobrevivieron, como recuerdo y como advertencia.

4 comentarios:

Samu dijo...

"cómo odio tener razón siempre"

Anónimo dijo...

Yo siempre imagino a la gente curiosa. Empezaste a hablar de esa niña y no me pude concentrar. Quiero ver esa película.
Estoy de acuerdo, los relatos de los que observaron y vieron nos sirven como recuerdo y advertencia. Pero a veces -y a algunos-los recuerdos y las advertencias no sirven si nadie las quiere escuchar.

Pst ¿te acuerdas de mi?

Elisa McCausland dijo...

Has reseteado??? Vuelves con nuevo traje??? Dónde estuviste??? ;)

Mordisquitos dijo...

Tengo que ver esa peli. La tengo en una lista mental desde hace tiempo. Por cierto, no te lo he dicho antes: gracias por los dos títulos de ciencia-ficción que me diste. Me los apunto.