Me veo encerrada en cuerpo de niña, envuelta en cuero de púber. ¿Encerrada? En realidad estoy de puta madre. Tengo siempre la misma edad. Y soy inmortal, zorra.
Memorias de una menor inmortal - Anónimo (Melusina, 2010)
Como si Grant Morrison se hubiera cambiado de sexo, dice el señor Migoya en su blog. Porque, tal y como les ocurre a algunos cuentos y novelas cortas, Memorias de una menor inmortal parece destinada a tener su inmediata versión en cómic. Morbosa y absorbente, esta novela, protagonizada por una adolescente eterna que roza el medio siglo de no vida, promete en sus primeras páginas un delirio de sangre y violencia sin sentido que, aunque quede en agua de borrajas al devenir en relato romántico, no deja mal sabor de boca; al contrario. Esto se debe, en parte, a su sorprendente mala baba para con la escena literaria patria, pero también a las cinematográficas descripciones de los momentos más crudos (y adictivos). The way you taste. You know I have an appetite for sexy things, canta Britney en el prólogo; un apetito, el del lector, que queda a medio satisfacer debido a que la autora, aunque cierre algunas puertas argumentales, deja otras tantas entornadas: La promesa (o mis ganas) de Alba y Resurrección como antiheroínas de la Barcelona más oscura, el potencial de un cuerpo de niña y una cabeza de mujer para manejar el deseo de los hombres por encima de sus remordimientos o el embarazo como moneda de cambio. ¿Un crossover con la Claudia de Entrevista con el vampiro? Déjenme soñar.
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