Las películas pornográficas protagonizadas por "miembros famosos" nunca van a pasar, para una mujer del montón de ser una representación forzada y ridícula (con coreografía, montaje, banda sonora, orgasmos olímpicos, maquillaje y, sobre todo, mal gusto) de lo que se supone que debe ser un polvo. Porque el reproche generalizado a este tipo de cine (y, aclaro, me refiero al porno más comercial, el equivalente a los blockbuster americanos en el cine "para todos los públicos") es el de representar la más absoluta de las vulgaridades. Si no, explíquenme por qué una preciosidad como Sophie Evans puede llegar a parecer un pendón del quince con manicura de vampiresa, cuando en vaqueros y camiseta blanca es el ser más apetecible del mundo mundial.
Roman Gubern, Catedrático de Comunicación Audiovisual de la facultad de Ciencias de la Información de la Autónoma de Barcelona, resume esta fascinación por la pornografía más cruda en la curiosidad del sexo masculino por ver más allá de la carne, sublimando todo este afán de verdad en el orgasmo masculino, el único verosímil (por visible) en la pantalla.
Pero, dónde está la alternativa, se preguntarán ustedes. Internet es una de ellas (además de los sex shop para niñas procaces anteriormente mencionados). En las películas amateur que pululan por la red se ha descubierto esa necesidad de realidad que gran parte del público demanda. Polvos "normales" en los que la vecina del cuarto seduce al hijo del portero para después colgarlo en Internet. Las vecinitas juegan a ser las más guarras, transgrediendo los clichés establecidos por un tipo de educación tradicional, incluso por el tipo de pornografía que consume la mayoría. Son ellas las que toman los mandos de la representación. El ejemplo más contundente de este fenómeno lo encontramos en las Suicide Girls, mujeres que se construyen y exhiben por placer, curiosidad o narcisismo. Lo mismo da.
Hay más variedad de la que sus novios les dicen. El problema está en que entre las mujeres no hay costumbre, que no ganas, líbido y curiosidad. Por desgracia, no nos educan para ello, como a los señores. Y, si me equivoco, explíquenme por qué, durante la adolescencia, a ellos se les permitía almacenar la pornografía de rigor en el tercer estante con el beneplácito familiar mientras que a nosotras nos caía la mirada decepcionada del padre al encontrar “Historia de O” escondido bajo la cama.
Cambiar los códigos establecidos es cosa del día a día. Pero, que no pretendan que nos parezcan atractivos una serie de sobados rituales, cuando hay todo un mundo de erotismo pornográfico ahí fuera (y aquí dentro). Solo hay que buscarlo...
Hay quien dijo que la diferencia entre uno y otro, pornografía y erotismo, no radica en el buen gusto, sino en el tiempo que pasa para que sea asimilado. No se equivoquen, "El Sueño Eterno" es pornografía; tan solo había que escuchar a Lauren Bacall y Humphrey Bogart medio minuto para darse cuenta de que lo que sucedía en la pantalla era puro sexo. Las diferencias entre porno y erotismo no radican en los primeros planos, ni siquiera en el buen gusto. Podría afirmarse que ambos son arte, expresión, herramienta de opresión. Según se utilice.
Puedo llegar a admitir que el feminismo “made in Cosmopolitan” tiene su punto, para la sala de espera del médico. Ir más allá es lo difícil. Ahí radica el reto. Las construcciones (y reconstrucciones) son complicadas. Crear nuevas formas de ver se vuelve un calvario cuando lo que impera es la tradición de quien, hasta hace poco, ha tenido el monopolio de un poder. Las primeras culpables, nosotras, por pasar por el aro. Eso no quiere decir que sea vergonzoso entrar en sex shops, ni practicar el sexo de una u otra manera. El truco está en entender que se trata de un juego en el que los roles oscilan según le convenga a las partes implicadas, previa negociación. Lo que hacen dos adultos es cosas de ellos, siempre y cuando ambos sean libres para poder elegir, desde luego... y lo que elijamos, ¿acaso no depende de lo que construyamos antes?
No estoy segura de que exista una clara línea divisoria entre porno y erotismo, Von Gotta o Milo Manara; la última de Rocco Sifredi o Dentro de Garganta Profunda. Me gusta aquello de que "erótico es lo que me erotiza", pero ¿acaso pornográfico es lo que "me hace sentir como una diosa del VHS para adultos” (ahora dvd)?
El porno también erotiza. Las fronteras, desde mi más modesto parecer, son personales. La pornografía no es el mal gusto hecho carne, ni los primeros planos con luz de quirófano. Hay vida más allá de eso. Cuando digo "mostrar con detalle escenas de carácter sexual para excitación de quien las contempla" no se imaginan qué es lo que están definiendo los viejos verdes de la RAE.
Les doy pistas. Manara, ese anciano italiano sensible a las carnes, cabría en estas palabras. También cualquier elegante y delicada escena de las películas ejecutadas por Wong Kar Wai o Kim Ki Duk. Entonces, ¿dónde están las fronteras entre pornografía y erotismo? Vaya, creo que he dejado claro que una servidora opina que la subjetividad es el factor clave que inclina hacia uno u otro lado la balanza. Pero tan solo es mi opinión al respecto. No la tengan en cuenta.
*Nota: Si les han gustado las fotos, pásense por aquí...
1 comentario:
Se podría decir que sí, pero los hombres tienen una tendencia superior a ver porno porque ellos se excitan visualmente; mientras que las mujeres reaccionan a impulsos táctiles, necesitan sentir.
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