miércoles, 17 de febrero de 2010

Ética del individuo en la aldea global

La exhortación a amar a tu prójimo como a ti mismo, según Sigmund Freud, es uno de los preceptos fundamentales de la vida civilizada (y, según algunos, una de las exigencias éticas fundamentales de ésta). Pero es también radicalmente contraria al tipo de razón que dicha civilización promueve: la razón del interés propio, de la búsqueda de la felicidad. ¿Está basada la civilización, pues, en una contradicción irresoluble? Eso parece. De obedecer las sugerencias de Freud , uno llegaría a la conclusión de que la única forma de adherirse al precepto fundacional de la civilización sería adoptando la famosa admonición de Tertuliano, quien nos advertía de que debíamos credere quia absurdum (creer porque es absurdo).

En el fondo, basta con preguntarse «¿por qué debería yo hacerlo?». «¿Qué bien me hará?» darme cuenta de lo absurdo del mandamiento de amar a mi prójimo «como a mí mismo» (y a cualquier prójimo, por el simple hecho de que esté dentro de nuestro campo de visión y nuestro radio de acción). Si amo a alguien, ese alguien debe merecérselo de algún modo. Se lo merece si se parece a mí en tantos aspectos importantes como para que pueda amarme a mí mismo en él o en ella; aún se lo merece más si me supera tanto en perfección que yo pueda amar en él o en ella el ideal de mi propio yo. «Pero si es un extraño para mí y no puede atraerme con nada que sea valioso o significativo por sí mismo que no haya adquirido yo ya para mi vida emocional, me resultaría muy difícil amarlo».

La exhortación me parece aún más estúpida y, sobre todo, enojosa cuando pienso que, muy a menudo, no puedo encontrar apenas prueba alguna de que el extraño a quien supuestamente he de amar me ama a mí también, o de que, siquiera, me muestra «la más nimia consideración. Cuando le conviene, no duda en hacerme daño, en mofarse de mí, en difamarme y en mostrarme su superior poder». De ahí que Freud se pregunte «¿Qué sentido tiene un precepto enunciado con tanta solemnidad si ni siquiera se puede recomendar su cumplimiento como algo razonable?». Uno se siente tentado a concluir, dice él, contra todo lo que dicta el sentido común, que el de «amar a tu prójimo» es «un mandamiento que, en realidad, se justifica por el hecho mismo de que no hay nada que sea tan contrario a la naturaleza original del hombre».

Mundo Consumo – Zygmunt Bauman

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo sólo sé que te amo profundamente XD

Elisa McCausland dijo...

Pero porque tú eres una incondicional :D

María Merioma dijo...

Y me ha venido tan bien leer esto. ¡Qué días de amor y no amor!...

Amor para ti.

Salvar el Teatro Albéniz dijo...

Jo Elisa, leyendo a Bauman, ten cuidado que se te licúa el cerebro

un beso genérico

eva aladro

Elisa McCausland dijo...

Cerebro hecho patatitas fritas :D

Anónimo dijo...

Aunque Freud a veces me da retortijones, tengo que reconocer que aquí tiene razón. El ser humano es ante todo su naturaleza.