En el fondo, basta con preguntarse «¿por qué debería yo hacerlo?». «¿Qué bien me hará?» darme cuenta de lo absurdo del mandamiento de amar a mi prójimo «como a mí mismo» (y a cualquier prójimo, por el simple hecho de que esté dentro de nuestro campo de visión y nuestro radio de acción). Si amo a alguien, ese alguien debe merecérselo de algún modo. Se lo merece si se parece a mí en tantos aspectos importantes como para que pueda amarme a mí mismo en él o en ella; aún se lo merece más si me supera tanto en perfección que yo pueda amar en él o en ella el ideal de mi propio yo. «Pero si es un extraño para mí y no puede atraerme con nada que sea valioso o significativo por sí mismo que no haya adquirido yo ya para mi vida emocional, me resultaría muy difícil amarlo».
La exhortación me parece aún más estúpida y, sobre todo, enojosa cuando pienso que, muy a menudo, no puedo encontrar apenas prueba alguna de que el extraño a quien supuestamente he de amar me ama a mí también, o de que, siquiera, me muestra «la más nimia consideración. Cuando le conviene, no duda en hacerme daño, en mofarse de mí, en difamarme y en mostrarme su superior poder». De ahí que Freud se pregunte «¿Qué sentido tiene un precepto enunciado con tanta solemnidad si ni siquiera se puede recomendar su cumplimiento como algo razonable?». Uno se siente tentado a concluir, dice él, contra todo lo que dicta el sentido común, que el de «amar a tu prójimo» es «un mandamiento que, en realidad, se justifica por el hecho mismo de que no hay nada que sea tan contrario a la naturaleza original del hombre».
Mundo Consumo – Zygmunt Bauman
6 comentarios:
Yo sólo sé que te amo profundamente XD
Pero porque tú eres una incondicional :D
Y me ha venido tan bien leer esto. ¡Qué días de amor y no amor!...
Amor para ti.
Jo Elisa, leyendo a Bauman, ten cuidado que se te licúa el cerebro
un beso genérico
eva aladro
Cerebro hecho patatitas fritas :D
Aunque Freud a veces me da retortijones, tengo que reconocer que aquí tiene razón. El ser humano es ante todo su naturaleza.
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