Porque Google es el gran mitógrafo de nuestra época. En efecto, es en su cielo poblado de píxeles y constelado de algoritmos donde se escriben los nuevos mitos digitales. Es él quien jerarquiza a las divinidades en la web y dibuja el mapa de sus navegaciones. Y Kate Moss es una de sus incontables diosas: Calipso de poderes de inspección misteriosos o Dafne moderna capaz de metamorfosearse para escapar de sus perseguidores mediáticos. A menos que tome sus accesorios de Perseo: unas alforjas de Longchamp o Gucci para meter la cabeza de Medusa, el casco de Hades que vuelve invisibles incluso a los paparazzis, y un par de sandalias con alas (modelo tropeziano) para huir en caso de necesidad. Su ubicuidad se mide según su velocidad de liberación, como se dice en la aeronáutica, y sus viajes interpretan un papel importante en la construcción de su leyenda, que subraya la resistencia de la que atraviesa varias veces por semana los husos horarios y desafía a los jet lags.
La belleza como sustancia e identidad de las Greta Garbo y Marilyn Monroe, o como "norma" antropométrica en el caso de Claudia Schiffer, es sustituida por un nuevo ideal femenino, móvil y mutante, a un tiempo Perseo y Dafne. Si el mito de Marilyn revisitado por Andy Warhol se basaba en la duplicación hasta el infinito del mismo rostro, de repente cargado de una ubicuidad casi divina, el de Kate Moss desafía al tiempo por la metamorfosis. Una asegura su omnipresencia por la repetición idéntica del mismo rostro logo, la otra construye su imperio sobre la transformación. Warhol creó un mito de la era de la fotocopiadora (no hay Marilyn sin Xerox). En cuanto al mito de Moss, es contemporáneo de los avatares de Second Life, de la clonación y de los softwares de morphing.
'Kate Moss Machine', de Christian Salmon
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