Escribo esta idiotez con el ánimo de viernes. Lo llevo puesto, pero al revés. Lo achaco a la lentitud, o a que me siento un poco atemorizada por la inercia (de los demás). Creo que es por esto que he abandonado a los
Eels por las letras inflamadas (e inflamables) del último disco de Shakira. No voy a decir que lo estoy enmarcando en alguna clase de estudio de género porque sería una soberana mentira. Esto es la confensión de un placer culpable. Una no rubia que, cuando recupera su color -oscuro, intenso-, emerge de esa fantasía de barbie que tiene montada desde que le dio por conquistar a los gringos. Y debe ser síntoma de algo feo pero tengo la sensación de que las letras de sus canciones se las escriben primero en inglés y luego las encajan como pueden al idioma de Cervantes. Es por eso que no quiero que hagan versión española de
Men in this town, me encanta escucharla naif y calentona, eléctrica y distorsionada. Y es que de qué buen humor me pone cuando dice las cosas a las claras -
Fresh, I'm so fresh, I'm so clean. Got the lips and got the skin. Got the skin, got that thing. I'm so fresh and I'm so...- y no se queja de ser "mala".
Nada que ver con esa "diosa licántropa" que se ha sacado de la manga para seducir al personal a golpe de contorsiones, o de su escarceo musical con un hombre casado (
Lo hecho está hecho). Este amor-odio entró en la categoría de obsesión hace relativamente poco, confieso. El lanzamiento de
Loba me atropelló el pasado verano en Colombia. Mi amiga Maria Carolina me comentó que la barranquillera le había dedicado el single a todas las colombianas, concretamente "a la loba que llevan dentro". Y no se equivocaba. Tal y como retrata en su videoclip, una gran mayoría de las mujeres -no solo las colombianas- sueña con el permiso para devorar, pero a muy pocas se lo dan. Solo las valientes lo toman por su cuenta y se arriesgan a habitar los márgenes. Es cuestión de saber asumir el precio, dirán ustedes; el mismo que varía según el contexto, les recuerdo.
Shakira habla de una loba domesticada, que desea, que quiere salir a comerse bomberos de dos en dos pero que, al final del videoclip, vemos volver a la cama con su novio de toda la vida. "Por fin he encontrado un medio infalible que borre la culpa", dice. Un onírico país de maravillas donde dar rienda suelta a sus impulsos. ¿La realidad? Monogámica y maravillosamente inconsecuente. Como en
Lo hecho está hecho, donde confiesa que "sienta tan bien todo lo que hace mal y contigo nunca es suficiente", la pena está en que lo hace a modo de lamento -en un escenario sáfico que me hace dudar, todo sea dicho-; este
mea culpa es también un reproche a los chicos malos, un justificarse por no haber sido buena que me deja un poco fría, por no decir decepcionada.
Todo esto venía a que los últimos discos de Shakira me recuerdan a una crítica que leí hace tiempo sobre el primer disco de las Spice Girls a propósito del
girl power noventero y ese
feminismo cosmopolitan tan rentable: Provocativas en su envoltorio, con destellos de lucidez (
Wannabe, If U can dance), pero con un sustrato moral que asusta (
Mama). Aún así, disfruto cosa mala con
La Tortura de la colombiana y sus
Hips don´t lie. El cerebro reptil y la programación de género en guerra, o eso me temo.