domingo, 24 de agosto de 2008
jueves, 21 de agosto de 2008
martes, 19 de agosto de 2008
Las siete preguntas
Dije economía política, estúpido
Fragmento del artículo "Dije economía política, estúpido", de Slavoj Zizek. El resto lo pueden encontrar pinchando en el enlace...
sábado, 16 de agosto de 2008
El Caballero Oscuro
viernes, 15 de agosto de 2008
"Cuando uno profundiza en su propia bajeza llega a acumular la bajeza de toda la humanidad"
Se necesita más valor de lo que uno piensa para llamarse a sí mismo por su propio nombre. Hölderlin, Nerval, Nietzsche, Van Gogh. Artaud. Mi trabajo es el alpinismo del dolor. Estoy más cerca de los leprosos y los criminales que de los cocineros. Cuando uno es capaz de llamarse a sí mismo por su propio nombre da comienzo a su locura. Cuando uno profundiza en su propia bajeza llega a acumular la bajeza de toda la humanidad. Es como llevar una piedra en algún sitio del cuerpo.
jueves, 14 de agosto de 2008
martes, 12 de agosto de 2008
sábado, 9 de agosto de 2008
Art-E
Roberto Bolaño
Lo hipnótico es estético.
Pablo Pérez Mínguez
jueves, 7 de agosto de 2008
Wall-E
Pero empecemos por el principio. Wall-E es un pequeño robot que alguien olvidó desconectar. Setecientos años después de que el planeta Tierra haya sido abandonado por su población, este pequeño robot sigue haciendo aquello para lo que fue creado: limpiar los restos de una civilización que prefiere vivir en el espacio antes que recoger su propia basura.
Pero Wall-E no es una máquina cualquiera. Recordando a las excursiones de La Sirenita de Disney, se pasea por el vertedero y encuentra pequeños tesoros que va almacenando en su guarida, seguro de que hay algo más allá fuera, a la vez que aprende las ceremonias amorosas propias de humanos gracias a la reproducción de una película en un video beta.
Esta es la rutina del pequeño robot hasta que un día una gran nave le deja una compañera, EVA. Esta máquina, último modelo, despierta en el pequeño robot un torrente de emociones. EVA, por su parte, tiene una misión que no es otra que encontrar vida vegetal en el planeta. El cortejo, un pequeño esqueje y la misión compartida por ambos robots terminan recalando en la gran nave donde una humanidad desparramada y auto-complaciente reside sin ningún tipo de interés por lo que ocurre más allá de las paredes de su hogar espacial. Como en El Mundo Feliz de Huxley, o en el Kingdom Come de J.G. Ballard, los habitantes no se cuestionan la existencia. Comen, beben, consumen. Y delegan todo su poder agencial en las máquinas. Hasta la llegada de EVA y Wall-E. Con la evidencia de que la vida en la Tierra vuelve a ser posible, los humanos despiertan y se rebelan, irónicamente, contra su programación.
Que la etiqueta ciencia ficción no les desoriente. Esta película es, ante todo, una historia de amor tejida por unos genios que convierten sus juegos en triunfos, conscientes de que el cine de animación se hace con unos guionistas excepcionales, amantes de Charles Chaplin y Buster Keaton, pero también con toda la capacidad tecnológica, inherente a Pixar, puesta al servicio de una historia hecha con el corazón.
Esta película me ha recordado más que nunca a Slavoj Zizek y su estupendo documental, The Pervert´s Guide to Cinema. Tal y como afirma el filósofo, el amor es performativo y el cine, desde hace ya más de un siglo, es ese instrumento de masas que, entre otras cosas, también nos enseña a amar.
The Savages
lo triste termina pareciendo comedia.
Tragi-comedia.
El teatro del absurdo se hace realidad,
el padre recibe su no castigo, en un hotel que es asilo,
y los amantes de los dos hermanos se disuelven.
Ella narra y sobrevuela el accidente.
Él cruza el Atlántico para decir "si, quiero".
El final parece feliz, con drogas legales de por medio,
jamaicanos-nigerianos, una lámpara de lava y un gato al que llaman Bestia.
Y la salvación es... para los que no se rinden!
O eso me pareció antes de que los títulos de crédito me robaran una sonrisa.
La banda sonora era como de sueño antiguo. De ahí que hasta piense en repetir...
Sexografías
martes, 5 de agosto de 2008
Humedades
Camille Paglia - Vamps and Tramps
sábado, 2 de agosto de 2008
Tristal Cristeza
En nombre de mi alma genero ondas sonoras
Lingüista del silencio sintónico poético
amo sus piros y amo mis terios fonológicos
Sin duda soy un lo un co un malabárico
desatando las sílabas lavadas en la música
Nochemente en primera persona oigo yorar
y en el arrullo del silencio discrimino
los timbres inauditos de mi acústica estética
Tristoy tristestoy por eso hablo increíble
como un ángel borracho de onomatopeyas
Nunca el gastar palabras sellará lo sentir
No miento el sentimiento con voces mundanales
ni soy pico de oro ni poeta gramático
Todo soñar sonoro trae sorpresa y prodigio
y basta con llamar las cosas por sus cumbres
Mi cristeza me dicta fonemas suficientes
Hace ya mucho tiempo que mi alma es de tristal
Hoy reflejo los dichos de la lírica libre
La expresión de un ser vivo se inventa cada vez.
El poema es de Carlos Edmundo de Ory, gracias a la pequeña b. La imagen la he encontrado en este bendito lugar y es de Colin Thompson.
Expediente X - Me gustaría seguir creyendo...
Llamémosle producto, vale, pero también documento de una época y, sí, constructora de contexto existencial. Porque Expediente X marcó un antes y un después en esto de la mitología televisiva, no solo por la química de sus dos personajes protagonistas, sino por el tratamiento innovador de una temática, lo paranormal, que bajaba de los cielos de alguna que otra minoría elitista para llevar los ovnis y las conspiraciones gubernamentales a la construcción cultural del común de los mortales.
Querría haber titulado este sofrito mental “En defensa de Expediente X”. Y ustedes dirán ¿hay algo que defender? Bueno, después de haber revisado la novena temporada y haber visto dos veces la última película (que, por cierto, ha recibido alguna que otra bofetada de la crítica que, desde mi humilde punto de vista, merece pero tampoco tan bestia) creo que tengo algún que otro argumento, sentimentaloide y apasionado, que sostiene que esta fue una gran serie hasta el final, ya que no solo supo capear la huida de David Duchovny en la octava temporada mucho mejor que Doctor en Alaska la de Rob Morrow, sino que logró crear en tiempo record otra pareja con química, el binomio laboral compuesto por el Agente Doggett (Robert Patrick) y la Agente Mónica Reyes (Annabeth Gish).
Hacer una sinopsis hilarante de la última película, dirigida por el creador de la criatura, Chris Carter, sería demasiado fácil, por no decir cruel. Prefiero destacarles los momentazos de este episodio largo de la serie donde lo interesante sigue estando en la relación entre Dana y Fox (que, a pesar de ser pareja de hecho y concupiscente, se siguen llamando por el apellido. Secuelas de nueve años compartiendo despacho).
Sin fe no hay esperanza. Mulder lo ha sabido siempre. Chris Carter también. A la devota Scully le ha tocado representar el papel duro, ¿qué tipo de fe? Y es que, no nos engañemos, esta serie, además de subrayar la lucidez de El Fumador, iba de la transformación de una científica escéptica en una creyente, pero con condiciones. Abducción mediante, además de nosecuantasmil perrerías, embarazo divino incluido, la buena de Scully tarda siete temporadas en creer en algo que no sea en la Ciencia y en el Señor de allá arriba. Pero, y he aquí que yo me relamo, ¿qué ocurriría si ese Señor, el de las Alturas, resultase ser un excéntrico alienígena juguetón? Ais, bendito Zecharia Sitchin que amenizas mis paranoias…
Este es el escenario en el que se han movido los dos protagonistas (y el elenco de secundarios carismáticos), pero el meollo nunca estuvo en la Conspiración. La Verdad no estaba ahí fuera, tal y como rezaba el mí(s)tico mensaje de la cabecera, sino dentro, muy dentro. Y delante de nuestras narices.
La segunda película de Expediente X, I want to believe, nos cuenta que Mulder sigue siendo un niño. También nos presentan a una Scully, de nuevo, dubitativa, pero madura, severa, con poder sobre su pareja. Hasta que a Mulder lo cambian de ecosistema y vuelve a ser ese impetuoso e inconsciente investigador del que se quedó prendada la buena científica. Pero las tornas han cambiado y, después de seis años de convivencia conyugal, el creador de esta saga nos regala una escena de cotidianeidad marital que sustituye a cualquier secuencia de sexo que el buen fan lleva soñando desde el piloto de la serie. Ella luce larga melena. Él se corta, simbólicamente, la barba de ermitaño con la que inaugura la pantalla. Estos dos detalles resumen perfectamente a los personajes y sus motivaciones. Y en lo que se han convertido. Un Mulder castrado que se corta la coleta y sale de nuevo a la aventura. Y una Scully, doctora y creyente, en ese orden, que vuelve a girar sobre sí misma para cuestionar sus cimientos morales, por enésima vez.
No obstante, la película tiene su punto mórbido/morboso en los reencuentros, la casquería y en la joven agente de ojos azules que le pone morritos a Mulder. Personalmente este episodio largo se salva gracias a la nostalgia y esas escenas entre ambos que hacen recordar episodios antológicos como “Triangle” o “How de Ghosts stole X-mas” (ambos de la sexta temporada, la más arriesgada y refrescante de todas). La trama detectivesca es la de siempre, el típico puzzle con huecos por allí y por allá. Un mcguffin no muy elaborado el de esta vez.
Chris Carter parece haber puesto en marcha un amago de franquicia que puede se consolide en el tiempo. Verles crecer, reproducirse y envejecer estará bien. Bajaremos el listón, todo sea por la nostalgia generacional.