Las mañanas me suelen costar. Reunir las fuerzas suficientes y decidir que ya es hora. Ya es hora. Maquillarte con tu mejor traje. Sonreir. Y abrir la puerta a un nuevo día laboral. Las mañanas parecen costarle a todo el mundo. No me consuela. Las sonrisas escasean en el subterráneo. No te digo ya las risas. Lo que si encuentras bordeando las nueve son prisas. A una letra de diferencia, las manos en los bolsillos, mirada en los zapatos y, uy! alguien sujeta la puerta. Corres, porque un gesto así no hay que despreciarlo. Saludas a la kioskera y reparas en la anciana con la que coincides algunas veces. Parece cansada de todo y, aún así, se agarra a su bolso por las mañanas y sale. A pasear.Últimamente compro libros, o por impulso o por recomendaciones de otros. Tengo una Casa del Libro cerca del trabajo. Se puede tomar café de Colombia en su interior. Pero sigue siendo una tienda muy de esta zona. Los títulos arriesgados miran tímidamente desde sus estanterías. Los grandes protagonistas son Ken Follet y Peñafiel. La ciencia ficción, junto a la literatura extranjera de bolsillo, se oculta tras la zona infantil. Unas mesitas de colores hacen de este lugar un sitio acogedor. En ellas encuentras a madres exhaustas al final del día que leen a sus criaturas mientras sorben su café recién tostado.
Ayer me perdí un ratito entre sus estanterías después del trabajo. Nunca vi tan fuera de lugar La conjura de los necios o Plataforma de Houllebecq. Llamó mi atención un pequeño tomo de cuentos de Maupassant, una curiosa selección de cuentos cargaditos de erotismo. Junto a la sección de cuentos infantiles. Puede parecer irónico. O subversivo. Una revolución sutil y deliciosa, pensé. Y me fui a casa con mi caza en la mochila, consciente de mi reciente glotonería literaria, pero con burbujas en las manos llenitas de deseos. A punto de hacerlos estallar...
La imagen es de una ilustradora arrebatadora, Rebecca Dautremer.




Nick Dewar









