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Últimamente compro libros, o por impulso o por recomendaciones de otros. Tengo una Casa del Libro cerca del trabajo. Se puede tomar café de Colombia en su interior. Pero sigue siendo una tienda muy de esta zona. Los títulos arriesgados miran tímidamente desde sus estanterías. Los grandes protagonistas son Ken Follet y Peñafiel. La ciencia ficción, junto a la literatura extranjera de bolsillo, se oculta tras la zona infantil. Unas mesitas de colores hacen de este lugar un sitio acogedor. En ellas encuentras a madres exhaustas al final del día que leen a sus criaturas mientras sorben su café recién tostado.
Ayer me perdí un ratito entre sus estanterías después del trabajo. Nunca vi tan fuera de lugar La conjura de los necios o Plataforma de Houllebecq. Llamó mi atención un pequeño tomo de cuentos de Maupassant, una curiosa selección de cuentos cargaditos de erotismo. Junto a la sección de cuentos infantiles. Puede parecer irónico. O subversivo. Una revolución sutil y deliciosa, pensé. Y me fui a casa con mi caza en la mochila, consciente de mi reciente glotonería literaria, pero con burbujas en las manos llenitas de deseos. A punto de hacerlos estallar...
La imagen es de una ilustradora arrebatadora, Rebecca Dautremer.