Junto a la pasarela, esperando el desfile de Depeche Mode. Agarrada de la cintura por un duende. Empezaron flojo - cosas del último disco -. Tras
In chains y
Wrong retomaron el rumbo y calentaron el ambiente a golpe de clásicos.
Walking in my shoes. Let me show you the world in my eyes. Martin Gore no cantó
Sister of Night, pero me hizo temblar con
Home. Todo el palacio coreó la melodía bajo su batuta. El tiempo pareció pararse. Fue uno de esos pequeños milagros que llenan el contexto. Con purpurina y cara de duelo. Dave Gahan bailó, aulló y se hizo desear. En
No good miró "de esa manera" y en
I feel you lo sentimos todos muy dentro. Leí hace tiempo que todas las canciones de Depeche iban de lo mismo, o sea, de lo único. Son artistas cárnicos y Dave Gahan es tan jodidamente sexy que duele.
Enjoy the silence y
Never let me down again -con las manos alzadas, pendulates, parecíamos sus autómatas-.
In your room tiñó de rojo a los allí presentes. Junto a mi, una chica de pelo rizado y mirada aguamarina no podía parar de sonreir.
Stripped ese
dress in black, por primera vez.
Behind the wheel y un
Personal Jesus de aullido retumbaron en nuestros tímpanos camino a casa. Vi a Dave Gahan sacándole a Martin Gore una expresión bella. En medio del concierto. Entre canción y canción. Si me preguntan, ese fue el momento más increíble de la velada para las masas, la ilusión que provoca un gesto pequeño, casi imperceptible -incluso imaginado, me atrevería a decir-. Y la compañía, desde luego, vibrante y entregada. A la causa, a la celebración.