Qué mejor día para hablar de
Jesus Christ Superstar que hoy,
domingo de resurrección. Una ópera rock rodada en territorio israelí justo antes de la guerra del Yom Kipur. Ese es el dato histórico y geográfico, la anécdota - la ironía-. Pero, lo que hace de esta película una obra maestra es su fuerza, su magia, su esencia mitológica, su música - y la rotunda actuación de Carl Anderson y Ted Neeley en los papeles de Judas y Jesús, respectivamente -.
Tres son las canciones que quería dejarles por aquí colgadas:
Heaven in their minds,
Gethsemane y la archiconocida,
Jesus Christ Superstar.
Estas tres canciones resumen perfectamente el espíritu de la película, pero os lo cuento a continuación por si no queréis darle al play: Judas cree que Jesús está haciendo demasiado públicas las intenciones de su colectivo; Jesús sabe que va a tener que sacrificarse para que el pueblo pueda tener un símbolo al que adorar – del marketing se encargaría Pablo – pero no está del todo seguro; tras el sacrificio, Judas baja de los cielos y le canta aquello de que, si se hubiera esperado un par de siglos, los medios de comunicación de masas hubieran hecho en una semana el trabajo de dos siglos. No es que Judas fuera cínico, todo lo contrario: era un
true believer, pero el plan - el sacrificio - no terminaba de convencerle.
El respeto entre los dos personajes míticos – y entre los cantantes - en esta historia es hermoso y absoluto. Se trata de un combate de egos –y de voces- que se termina resolviendo en
La última Cena, momento en el que se revela que Judas es una pieza más del plan. Consciente de ello, cierra el trato con Caiaphas y Annash; acto seguido, se arrepiente -debido, en parte, a que no sabía que iban a torturar y condenar a muerte a su jefe - y se suicida.
En el año 2000 la BBC se arriesgó
con una versión pretenciosa, posmoderna y, definitivamente, innecesaria. Toda la mística, la magia, la tensión de la versión cinematográfica de 1973 brilla por su ausencia en esta producción donde el actor que representa a Jesús - además de parecer ex estrella del porno – tiene de Jesucristo lo que yo de monja. Sobreactúa, no entiende al personaje, no conoce el mito y, para colmo de males, tanto él como el actor que interpreta a Judas confunden la coreografía de la lealtad y la camaradería
con la de una relación de pareja despechada.
No obstante, si hay algo interesante en esta versión eso es el final, “la vuelta a la vida” de Judas. Si ponen atención verán que,
en la versión de 1973, Judas entra en escena desde el cielo –grúa mediante – vestido de blanco, al igual que su coro, mientras que
en la versión del 2000 porta látex y color rojo. El coro que le acompaña procede, como el propio Judas 2.0, del Infierno y Jesús sufre tanto, o más, que James Caviezel en la película s/m firmada por el devoto Mel Gibson.
El héroe en este cuento mitológico es Jesús, pero la representación llevada a cabo en el siglo XXI excluye a Judas del plan divino y le carga con toda la culpa. Olvida la esencia de la obra de los setenta y se queda en un mero producto que, sin embargo, nos revela el espíritu de los nuevos-viejos tiempos, los de los mitos mal entendidos y los falsos dioses.